miércoles, 25 de junio de 2008

Soneto de Sabina a José Tomás y los críticos

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Cuando los médicos todavía no terminaban de coser las tres cornadas que recibió José Tomás en Madrid, Joaquín Sabina empezó a escribir un exaltado soneto en honor del diestro, que apareció en la prensa ibérica del día siguiente. En los versos finales, el cantautor andaluz subrayó la unanimidad obtenida por el diestro de Galapagar en el ánimo del público gracias sus estoicas faenas.
Tomás, anotó Sabina, “puso de acuerdo a los del 7, a los del 9, a los del 10, a los del 11 y a la madre que los parió”, nombrando a los aficionados de los tendidos más representativos de Las Ventas: los del 7, que tienen fama de exigentes y belicosos, y los del 9 y del 10, que o son villamelones o se pasan de buenos, porque acuden como invitados de los toreros, los ganaderos y los empresarios, cosa que los vuelve discretos, incluso ante la mansedumbre de las reses y la falta de pundonor de los matadores.
La gracia del soneto de Joaquín Sabina es que habla del tendido 11, que en realidad no existe y que en el poema alude simbólicamente a todos los taurinos del mundo y “a la madre que los parió”. ¿Pero a qué unanimidad se refiere el músico y versificador, que en su adolescencia también se vistió de luces? Obviamente a la grandeza que, en términos de valor y de entrega, adquirió Tomás, luego de enfrentarse a dos mansos de imponente cornamenta y no arredrarse nunca, si siquiera después de haber sufrido las tres cornadas del segundo toro en las piernas.
¿Enfermo mental con tendencias suicidas o artista del toreo? Al paso de los días, a medida que se apagan las emociones derivadas de la proeza, algunos críticos taurinos, como el hispanocentrista Antonio Lorca, han tratado de crear polémica acerca de la predisposición del torero al sufrimiento físico y su indiferencia al dolor, como lo testimonió uno de los médicos de Las Ventas, al referir que ese día el diestro ingresó en la enfermería sin quejarse y “con 70 pulsaciones por minuto”, como si no le diera importancia a lo que le había ocurrido.
El debate se inclinó, a fin de cuentas, del lado de quienes argumentaron que antiguamente los toreros salían “a triunfar o a morirse”, algo que hoy pocos recuerdan, y que acaba de aprender, por ejemplo, el joven Miguel Tendero, aspirante a figura, quien el sábado en el coso de Albacete sufrió un maro-món, golpeándose con fuerza la nuca y el cuello, lo que minu-tos después le causó dos paros cardiorespiratorios, de los que por fortuna se recuperó sin consecuencias.

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